10 Jun El futuro de la fotografía por Edward Burtynsky
Edward Burtynsky | Fotógrafo
La transición de la fotografía analógica a la digital tuvo un efecto profundo tanto en la industria como en sus profesionales. Marcas como Kodak y Agfa, así como los laboratorios que procesaban sus productos, e innumerables fotógrafos comerciales fueron barridos por ese cambio de paradigma. A los artistas que utilizaban la fotografía como medio y que se desempeñaban al filo de la industria, les fue mejor con las nuevas herramientas digitales, cuando tenía sentido adoptarlas, y cuando sus clientes no eran corporaciones ni multinacionales que siempre buscaran las alternativas más rentables para promocionar sus productos. Cualquiera que estuviera involucrado en el tema comprendió que la transición no fue amable con la industria que la había generado. Unos pocos se adaptaron, pero muchos migraron a otros sectores.
Hoy en día, los artistas y proveedores de contenido que se han visto menos afectados por el último cambio se enfrentan a una nueva amenaza existencial para su práctica. Con el lanzamiento de programas como Midjourney y DALL-E, cualquiera que sepa teclear unas palabras en esos programas puede convertirse en un “creador de imágenes” al instante, aunque nunca haya tenido una cámara entre las manos ni haya cursado estudios en arte. En este nuevo paradigma, la fotografía se convierte en una especie de proceso abracadabrante que conjura una imagen a partir de fotografías preexistentes creadas por artistas, profesionales y cualquier persona que tenga fotos en internet hoy en día. Estos programas de IA —y los que están por venir— aprenden rápido y tienen el potencial de llegar a ser extremadamente convincentes.
Nos encontramos en otro umbral nuevo en el que las imágenes creadas por el ser humano, que proceden de la experiencia, la práctica y la comprensión de la historia y las posibilidades, se verán pronto desdibujadas por las imágenes generadas por la IA y nacidas de las máquinas. Pocos entienden, o incluso se preocupan por entender, la mecánica de la creación, más allá de que este nuevo proceso se nutre (indiscriminadamente) del trabajo de otros, sin atribuirles nada. ¿Puede siquiera llamarse “fotografía” a este nuevo proceso, teniendo en cuenta que no se ha empleado ninguna cámara ni objetivo? ¿Cómo pueden saber los espectadores que ya no están viendo una fotografía tomada de la manera tradicional, sino una que ha sido conjurada por una cadena de palabras y una máquina? ¿Crearán los conjuradores un nuevo mercado de impresiones editadas o esta nueva forma de arte se introducirá en el mundo del arte para convivir con él? ¿Veremos una hibridación? ¿Aceptarán los coleccionistas esta nueva forma?
En el arte, como en muchos otros ámbitos, la escasez es un elemento esencial para la creación de valor. El mundo de la fotografía analógica sufrió el estrangulamiento producido por el coste de tener que comprar películas, papel y productos químicos y la necesidad de contar con una base de conocimientos sustancial para controlar y gestionar el proceso. Las cámaras digitales abrieron las compuertas de la creación de imágenes, sobre todo cuando llegaron a manos de los usuarios de teléfonos móviles. Con la llegada del smartphone, todo el mundo podía de repente hacer innumerables fotos con grandes resultados a coste cero. Sin embargo, los artistas que tenían cosas importantes que decir —y una habilidad artesanal para manifestarlas— y los mercados establecidos para su obra, siguieron prosperando y posiblemente vieron nacer uno de los mayores mercados para la fotografía artística.
Ahora, con la llegada y la proliferación de las imágenes generadas por la inteligencia artificial, otra avalancha amenaza con tomar forma si no se controla. Los límites no están trazados aún. Como ocurre con todo, con el tiempo se verá dónde, cuándo y cómo se atribuye significado y valor a esta nueva forma. Mientras tanto, nos preparamos para el cambio y hacemos todo lo que podemos para mantener con vida nuestra humanidad, asegurándonos de que nos llega a través de los corazones y las mentes de nuestros artistas, su oficio, su experiencia vivida, y no a través de algoritmos cada vez más sofisticados que arrebatan el trabajo a los artistas solo para generar imitaciones seductoras. Cabría preguntarse si encadenar un buen conjunto de palabras para producir una imagen, un poema o una canción convierte a alguien en artista. Tal vez se puedan ofrecer argumentos, pero, en cualquier caso, si usted está en el negocio de la creación artística, prepárese para el tsunami que vendrá después del terremoto sísmico. Una nueva generación de creación de imágenes, aún incipiente, está a punto de dejar su huella.